Integridad compasiva: una apuesta para la paz en Sinaloa
En un estado donde las heridas sociales se acumulan, surge una propuesta distinta: entrenar la mente y el corazón para relacionarnos mejor.
Se trata del programa de integridad compasiva que dirige la especialista Érika Ceceña junto a SUMA Sociedad Unida I.A.P. a través de un protocolo educativo que busca cultivar competencias socioemocionales, valores éticos y actitudes que fortalezcan el bienestar personal y colectivo.
El programa está inspirado en avances de la neurociencia, la psicología positiva, la investigación sobre el trauma y las ciencias de la paz. También retoma los trabajos de Daniel Goleman, pionero de la inteligencia emocional, y Peter Senge, referente en aprendizaje organizacional. Su base es el triple enfoque: primero trabajar en uno mismo, luego en la relación con los demás y, finalmente, en la visión de los sistemas que nos conectan.
El entrenamiento se divide en habilidades prácticas y la primera es aprender a calmar el cuerpo y la mente, lo que permite regresar a la llamada zona de bienestar o zona resiliente, un estado en el que las personas pueden autorregularse y tomar mejores decisiones.
“No se trata de estar felices todo el tiempo, sino de contar con herramientas para volver a la calma cuando algo nos desborda”, explica Ceceña.
A través de 12 sesiones se invita a practicar y repetir, como quien aprende un deporte o un instrumento. Entre los ejercicios se encuentran la atención plena, la observación de las emociones, el cultivo de la autocompasión, el perdón y la gratitud. El objetivo es lograr mayor congruencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
“Muchas veces creemos que valemos por lo que tenemos o por lo que otros reconocen. Aquí se trata de entender que valemos simplemente por ser”, sostiene la experta.
En Sinaloa, la Secretaría de Educación Pública apoyó que el entrenamiento llegara a 51 secundarias generales durante 2024. Se capacitaron alrededor de 440 personas entre prefectos, psicólogos, trabajadores sociales, médicos y directivos. Ellos diseñaron proyectos de intervención adaptados a los problemas de cada plantel: desde el bullying hasta la falta de comunicación con madres y padres de familia.
Uno de los aprendizajes clave fue separar la acción del actor. En lugar de etiquetar a un estudiante como “problemático”, se busca entender el contexto que lo rodea.
“Cuando descubres que un niño que molesta a otros viene de una familia con duelos o ausencias, cambia la manera de mirarlo. Ya no ves solo la conducta, ves a la persona que necesita apoyo”, comparte Ceceña.
Queremos comunidades más compasivas
Además de trabajar el autocultivo y las emociones, el programa profundiza en la imparcialidad, la empatía y la compasión activa. Esto significa no solo desear que el otro esté bien, sino preguntarse qué acciones concretas podemos hacer para mejorar su vida.
La meta final es que quienes participan desarrollen una visión sistémica: entender que todos dependemos de todos.
El entrenamiento en integridad compasiva no pretende resolver de golpe los problemas sociales de Sinaloa, pero sí sembrar una semilla. En cada prefecto que contiene a un adolescente, en cada director que aprende a escuchar distinto, se abre un espacio para una comunidad más pacífica.
“Lo que buscamos es que la filosofía de vida cambie, que aprendamos a tratarnos mejor a nosotros mismos y, desde ahí, a los demás”, señala Érika Ceceña.
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